Perdón a quien pueda darse por aludido, pero pocos
Porsche Cayenne veo con los flancos de sus ruedas delanteras devorados por
llevar al extremo los apoyos en curva y pocos Toyota Land Cruiser me
encuentro con restos de barro en su panza. Así que, una vez más, y no deja de
ser una opinión mía, creo que el SUV de este calibre, como también ocurre en
muchas otras categorías, no se compra única y exclusivamente por su
especialización de un determinado producto, sino que hay infinidad de matices
al margen que pueden descompensar la decisión en cuestión de instantes.
Y creo
que estamos ante un buen ejemplo de ello, porque por concepto, estamos ante dos interpretaciones bastante
diferentes de una misma realidad. Será, probablemente, inherente a la imagen de marca y
la del propio coche en sí, pero creo que es indiscutible que asimilamos al Range Rover Sport mucho más
todoterreno y al BMW más SUV incluso cuando este Sport rompe con las reglas de
la marca.
Porque no sólo deja para este modelo la reductora como elemento opcional,
sino que en esta versión en concreto ni siquiera la puede montar. Se cierra por
tanto alguna que otra vía para los incondicionales aunque podría abrirse otras
si contemplara el control de carrocería por estabilizadoras activas, el
diferencial trasero deportivo o un modo de conducción dinámico que sólo se
puede montar en paquete en los modelos en los que sí puedes añadir la
reductora, elementos con los que el Range podría arañar décimas de punto en
dinámica a su rival.
Tendrías esa llave en la versión SDV6 de 292 CV, más potente y caro pero no mucho más rápido. Sobrenatural el BMW X5, cualquier personalización posible de chasis sólo implica una
mejora dinámica con su correspondiente pérdida de sus ya de por sí limitadas
aptitudes ante un ocasional uso fuera del asfalto. Pero creo que todo es
una cuestión de mínimos, así que vayamos ya al grano porque la perfección entre
estos dos coches sólo existe si sumas a uno las virtudes del otro.
BMW más potente, Range Rover más campero
El mensaje de sus chasis queda claro desde el primer
kilómetro: el X5 es un magnífico
turismo alto, digiere inercias, gira y mueve su cintura con una asombrosa facilidad para llevar a cuestas
más de dos toneladas fruto de varias variables, entre ellas, éstas: mera
afinación de elementos mecánicos y gran trabajo de una tracción total
participativa de su dinámica, siempre con gran preponderancia en su eje
posterior y anticipativa a reacciones de alto riesgo.
Tampoco te confundas,
no te voy a decir que sea fácil sacar todo lo que esconde, porque para llevar
rápido dos toneladas de coche encadenando cambios de apoyos hay que tener las
cosas claras. Pero hay que reconocerle una inusual habilidad para ello, también
fluidez, naturalidad y sobre todo, mucho, mucho hilo con el conductor a la hora
de marcar límites y gran
transparencia de reacciones a la hora de superarlos.
Estás ante un SUV al que puedes añadirle el adjetivo deportivo, pero sin llegar
a esa conducción que satura. Porque además es comodísimo. Bajarse de él y subirse directamente en el Range Rover
Sport es como experimentar un cambio gravitatorio, más en esta versión
que, respecto a otros Sport más potentes, pierde las citadas estabilizadoras
activas y diferencial deportivo que montaba el SDV6.
También cabe citar que estas versiones
sin reductora llevan un diferencial central Torsen en lugar de un multidisco que,
creo, también hace que estas versiones sean menos ágiles.
Y si pese a todo,
sientes al Sport con una entereza brutal para el tamaño y peso que llevas entre
manos, en comparación con el X5 apreciarás un intercambio mucho más lento de información entre chasis-conductor y
movimientos más ralentizados de carrocerías, manifestándose tanto mejor cuanto
más abierto sea el trazado, donde, tal vez, tus sentidos también se habrán abierto siendo el momento de asimilar las otras cualidades del vehículo. Y es
entonces cuando este Range Rover Sport te conquista.
Porque a una calidad de rodadura equiparable hay que
sumar el plus de la suspensión neumática
del Sport, capaz de aislar, sino más, sí mejor sobre determinado tipo de
firmes. Aportando además, a la nobleza de materiales interiores del
X5, una presencia digna de una berlina de lujo, papel que el Range Rover Sport
interpreta como pocos. Como decía al principio, no todo es especialización, sino equilibrio.
Y si como SUV alguna
vez en tu vida les exiges como tal, no te atrevas a seguir con el X5 la estela
del Range una vez que abandones el asfalto. O incluso en él en condiciones
como en la de la foto: por tracción o ruedas, el Range pisa tan firme que
abruma a su rival. Suma y resta. Yo veo al Range Rover más global, capaz
de hacer muy bien casi todo, mientras que al X5 demuestra grandes fisuras
cuando no hay negro asfalto.
De nuevo, la misma tesitura: el 30d es estratosférico por cómo y cuánto corre pero,
¿acaso te parece lento una mole de aluminio que llega al kilómetro con salida
parada en menos de 29 segundos? Es cierto que esperaba menos kilos de una
arquitectura de materiales tan nobles, pero el motor V6 llega aportando
mucha fuerza y proverbial elasticidad para sumar agrado y empuje a un funcionamiento
al que tampoco le falta refinamiento.
Conclusión
Y como guinda, el Range Rover posee unos consumos para quitarse el sombrero.
Pero eso sí, nuevamente reconocemos la superioridad mecánica del BMW, que añade
un cambio automático más rápido y tacto más deportivo que otra vez sirven como
elemento diferencial. Si apuestas
por una marcada personalidad deportiva, el X5 sería el candidato, pero no
sabes lo que te pierdes. Si buscas trato exquisito, exclusividad y ciertas
garantías fuera del asfalto, el Range Rover Sport es el caballo ganador. Pero no sabes lo que te pierdes.
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