Durante las próximas semanas hablaremos de un aspecto esencial de los coches que vemos a diario: el color de la carrocería. Como la decisión de compra se fundamenta en aspectos económicos y prácticos, pero también en cuestiones emocionales, al final tenemos que acabar hablando de coches y colores.
¿En función de qué parámetros emocionales elegimos uno u otro color? Un inciso: un parámetro emocional no es la practicidad del color blanco porque la roña se disimula mejor que en el color negro. A eso lo podemos llamar de muchas maneras, pero no es un criterio en el que influya la emoción, más allá de sabernos felices porque podremos tener el coche más tiempo sin lavarlo, que hay a quienes esta circunstancia les produce una emoción positiva.
Evidentemente, el principal elemento emocional para elegir el color de un coche es que nos guste. Tal cual. Aquí cabría pensar en una compra que se realiza en pareja o en familia, y atender a la discusión que se puede organizar cuando dos o más miembros de la familia no están de acuerdo en el color que tendrá el futuro coche.
Es decir, que nos guiamos por patrones emocionales, aunque algunos, en mitad de la batalla dialéctica por conseguir el coche a nuestro acomodo, los disfracemos de practicidad con el fin de llevarnos el agua a nuestro molino. Lo cual no deja de ser una cuestión meramente emocional, claro.
El color del coche, elemento emocional
Aunque próximamente le dedicaremos un artículo específico a esto del color de los coches en la publicidad, no puedo resistirme a hablar ahora de lo que Georges Péninou, semiótico de la publicidad, estableció en su día al definir los dos grandes grupos de mensajes publicitarios: los que de manera prioritaria se refieren al objeto que se vende y los que implican al comprador.
En el primer grupo encontramos esos mensajes que hablan estrictamente del producto y lo vinculan a unas cualidades, de manera que el comprador pueda reconstruir el argumento de venta a partir de algún detalle. En el segundo grupo de mensajes, los implicativos, la creatividad se pone al servicio de la gestión de las emociones cuando se trata de estimular la compra.
Y sí, el color del coche forma parte de esos mensajes que percibimos como potenciales compradores de coches. Es obvio que si el coche es deportivo no lo concebimos, publicitariamente hablando, de un color muy diferente al rojo fuego, amarillo chillón o negro macarra. De modo análogo, un sedán seriote tiene que venderse en colores sobrios y elegantes.
Claro, que en esto de la elegancia hay un componente cultural que va por encima de lo meramente emocional. Si hablamos de cómo se conciben los coches en China, seguramente su idea de la elegancia no casará con la nuestra. ¿Desde cuando, bajo nuestra perspectiva occidental, es más elegante un coche que parece decorado con lentejuelas que unas tibias inserciones en colores negro o titanium?
Sin embargo, no todo es cultural. También hay algo de biología, en esto de los colores de los coches. Mejor dicho, en esto de los colores en general. Por poner un ejemplo paradigmático que glosó el psicoterapeuta suizo Max Lüscher, el rojo es el color que más llama la atención, y eso se debe a una cuestión biológica.
De hecho, este color representa una puerta a la capacidad del individuo para reaccionar en general a los estímulos externos, en palabras de Lüscher este color es el medidor de la excitabilidad emocional. Abundando en otros ejemplos de colores y las emociones que transmiten por lo general.
De todas maneras, también se sabe que la identificación de colores depende del cerebro y del sistema ocular de cada persona en concreto. Aunque se pueda medir con precisión la parte física del color en cuanto a su longitud de onda y demás, la interpretación que una persona hace del color no tiene por qué coincidir exactamente con la que experimente otra persona.
Así que quizá esta sea, en el fondo, la razón por la cual hay quien ve un enorme atractivo en el color de determinado coche, y le inspira unas emociones, mientras que el tipo que tiene a su lado experimenta todo lo contrario.
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